sábado, 4 de agosto de 2012

Bonito ego

Hoy me despertó la voz de la impertinente.  Antes de que sonara el despertador, me empezó a decir, así de la nada, que soy una treintañera fracasada.  Que no tengo casa propia ni coche.  Que cuando lo tuve no me quedó más remedio que venderlo para pagar alquiler.  Que tengo un título que nunca ha redituado económicamente su precio.  Que elegí una de las carreras más complicadas del menú y que nunca voy a ganar.  Que mi familia está lejos.  Que mis amigos están lejos.  Que mi comida favorita está lejos.  Que tuve que dejar lo que me llevo años construir para cruzar un gran charco y encontrarme con un futuro dudoso.  Que llevo más de diez años tratando de aprender a tocar la guitarra... Cuando dijo lo de la guitarra sí que me llegó.  Me enojé.  Me hizo sentir realmente mal.  Fracasada.  Un dolor pulsante en el estómago me subió a la garganta y la anudó.  Fruncí el ceño y le hice una señal a la impertinente para que guardara silencio.  Respiré hondo.  Cerré los ojos y miré a la ventana.  El sol veraniego que madruga me hizo un mimo en la cara.  Y pensé:  vivo en un hogar de paredes verdes y amarillas en donde se respira amor verde y paz amarilla.  Tengo una bicicleta-rayo-dorado que mantiene mi trasero en su sitio a mis treintavarios y que el único combustible que necesita es la grasa de mis caderas (esa se reposta casi sola).  Nunca me gustaron los títulos, los apodos ni las etiquetas limitantes.  Se que la probabilidad de verme sentada en la calle con un vasito de monedas en la mano es escasa, porque tengo dos manos cargadas de habilidad y fuerza que cuando se ponen a la obra me llenan de admiración.  No debo nada a nadie y vivo donde me siento libre.  Canto todos los días.  Soy un nuevo personaje a voluntad.  Mi familia está conmigo, siempre, y va creciendo.  Mis amigos se van acumulando y están, pese a la distancia, siempre disponibles.  Me hago mis chilaquiles cuando se me antojan.  La apuesta valió la pena y lo que antes me llevó tanto construir, soy capaz de hacerlo en una mínima fracción de tiempo.  El futuro está lleno de infinitas posibilidades y entre esas elijo las más sonrientes.  Llevo más de diez años tratando de aprender a tocar la guitarra.  En eso la impertinente tiene razón...  Dolores (así se llama mi guitarra) sigue castigando mis dedos por no tocarla con la frecuencia que quisiera.  El factor común de todas mis listas de propósitos de año nuevo, desde que hago lista de propósitos de año nuevo, es aprender a tocar la guitarra.  Yo: -Does that make me a loser?  Y la impertinente:  -¡Obvio sí!.  Frunzo el ceño de nuevo: -Pero si todos los días toco la guitarra... ¿no es eso tocarla?.  La impertinente: -Ejem... bueno, técnicamente...  Y yo: -No, no, no... Todos los días la toco y siento como sus cuerdas vibran en mí.  Y ella: -Bueno si, pero eso no es tocar...  Y yo: -¿Cómo? ¿Tocar no es tocar...?.  La impertinente empezó a dudar y ya no quise seguir hablando con ella.
No esperaré a dominar la guitarra, a estar en un escenario frente a una multitud aplaudiente o a tener un Mini Cooper (digo, si puedo escoger...) en el garaje de mi casa para Ser.  "¿Dónde estoy?  Aquí.  ¿Qué hora es?  Ahora.  ¿Quién soy?  Este momento."

martes, 15 de noviembre de 2011

La historia más bonita que me se o el Ombligo del Universo

Hace miles de años existió una ciudad perdida en la blancura, una isla en medio de un lago llamada Aztlán. La nación estaba compuesta por varias tribus unidas por su fe en el gran dios Huitzilopochtli, el dios Sol. Cuentan que un buen día, papadios Huitzilopochtli estaba inspirado y ordenó a los Aztecas (ajá, Azteca: procedente de Aztlán) abandonar su isla en pos de la tierra prometida. Así que las obedientes tribus hicieron sus maletas y se pusieron en marcha. En total eran siete las tribus aventureras, pero entre ellas había una particularmente obsecuente y humilde. Los Mexicas eran prácticamente los esclavos de los Aztecas.

La peregrinación parecía interminable. A lo largo de ciento sesenta y cinco años con Huitzilopochtli como guía, las tribus se fueron asentando y mezclando con los nativos de los lugares por los que pasaban. Todos menos los Mexicas. Ellos seguían fieles a la palabra de Huitzilopochtli y estaban decididos a descubrir la tierra prometida con él. La profecía decía que habrían de encontrar un islote en medio de un lago en el que un águila y una serpiente estarían luchando sobre un nopal nacido de una roca.

Cuenta la leyenda que Malinalxochitil, la diosa de la Luna y hermana de Huitzilopochtli, se retorcía de envidia por la fe que le tenían los Aztecas a su hermano y tuvo la estupenda idea de organizar una rebelión en su contra. Pero todo plan oscuro sale a la luz tarde o temprano, así que Huitzilopochtli, al enterarse de los planes de su hermana, decide abandonarla en el camino mientras dormía. En este lugar de abandono, ella y sus seguidores fundarían mas tarde el pueblo mágico de Malinalco (lugar de la diosa Luna). Total que esta señora funda su pueblito, hace su vida ahí y tiene un hijo, Copil. Este jovencito crece inmerso en el pozo de rencor que su madre fue escarbando, así que, tan obediente como los Mexicas, en cuanto fue capaz de sostener un cuchillo, se puso las pilas y en marcha tras la pista de su tío Huitzilopochtli para ajustar cuentas con él. El dios Sol, que seguía de peregrinación con sus colegas, tenía contactos por todas partes, obvio, así que pronto se enteró de toda la telenovela y antes de que la situación pasara a mayores, mandó matar a Copil y ordenó que su corazón fuera tirado lejos, muy lejos, lugar que vino a ser, nada mas y nada menos, un islote en medio del lago de Texcoco.

Así fue. El corazón de Copil se convirtió en piedra y de ahí nació un nopal, directamente de la diosa tierra (he de comentar, como dato peculiar, que la diosa tierra es, convenientemente, Coatlicue, madre de Malinalxochitl y Huilzilopochtli). El nopal da como fruto la tuna roja, que tiñe como la sangre, y constantemente aparece en códices la analogía entre la tuna y el corazón mexicano. El nopal es pues, el árbol de corazones y se dice que, al que lo prueba, otorga resolución absoluta para hacer lo que sea.

Un bonito día del año 1325, un águila sobrevolaba tranquilamente el lago de Texcoco, cuando de pronto avistó desde lo alto a una serpiente tomando tranquilamente el sol sobre un nopal que parecía crecer crecer de una roca sobre el agua. El águila, que era algo busca pleitos, voló bajito cerca de la serpiente y ella, con total despreocupación, le sacó la lengua. El águila, que a la menor provocación sacaba la garra, sin poder contenerse, se le fue encima, y ahí mismo, espinándose todas dos, se pusieron al tu por tu sobre el nopal, cumpliendo, sin darse por aludidas, la gran profecía. ¿Y quien iba pasando por ahí? Claro, los Mexicas. Así que encuentran por fin la tan anhelada tierra prometida, y se dan a la tarea de fundar su gran ciudad ni mas ni menos que sobre el lago, sobre el corazón de Copil, el centro del Universo. La llamaron Tenochtitlán, el lugar entre las tunas sobre la piedra, y ahí edificaron sus pirámides.

La capital de los mexicas se convirtió en una de las mayores ciudades de su época en todo el mundo, mas grande que cualquier capital europea de la época, y fue la cabeza de un poderoso Estado que dominó gran parte de Mesoamérica (que va desde México central hasta Nicaragua).

Así vivieron felices y contentos durante dos siglos, pero otra profecía estaba por cumplirse. El 8 de noviembre de 1519 un hombre de hojalata, llamado Hernán Cortés, llegó al Gran México-Tenochtitlán buscando quien sabe qué cosa (dicen que oro). La ciudad había florecido a costa del tributo pagado por los pueblos sometidos a su poder, por eso, cuando los españoles llegaron a Mesoamérica, numerosas naciones indígenas se aliaron con ellos buscando poner fin a la dominación mexica. Así que eran un buen montón cuando Cuauhtémoc —último tlatoani de México-Tenochtitlán— encabezó la resistencia de la ciudad, que finalmente cayó el 13 de agosto de 1521 a manos de los españoles y sus aliados indígenas, todos bajo el mando del hombre de hojalata.

Pero todavía hay algo debajo de Tenochtitlán que se ocultó a los invasores... Lo verdaderamente importante de este lugar, lo que lo hace mágico, es que esta es la tierra prometida, el ombligo del mundo, la quinta dirección del Universo, el hogar del pueblo regidor, de tlatoanis que extienden su legado a los 4 rumbos.

Es crucial destacar que el nopal sagrado decide crecer en una dura piedra, mostrando el carácter de una población agreste, indómita y tenaz. Una nación capaz de crecer cuando parece imposible, de progresar ante lo adverso, de florecer donde no hay ni tierra para echar raíces. Aún en aquél sitio inhóspito prospera un pueblo capaz de todo. Guerreros para los que la mayor lucha, la verdadera, es la guerra interior, la que propicia el cambio y la evolución. Ser del ombligo del mundo significa ser consciente, mantenerse alerta y merecer el privilegio de pisar la tierra prometida. Aquí se conectan el cielo, la tierra y el inframundo. Los guerreros se comunican con lo divino y tienen acceso a dimensiones alternas. «Este es un lugar histórico, mítico, legendario. Es sabiduría, es tradición, es legado. En este lugar mágico todo es posible.»

domingo, 18 de septiembre de 2011

Las siete formas más bonitas de vivir

1. En las nubes o con los pies en el cielo.
2. En una burbuja rosa.
3. En la Luna.
4. Cantando (la vida es mejor).
5. Comiendo perdices.
6. Como lombriz en un charco de agua puerca.
7. En el mar...bueno, no es más bonito necesariamente, pero sí es más sabroso.

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Ubicación:Sofá

domingo, 11 de septiembre de 2011

Del verde bonito o de los sueños grises

http://www.flickr.com/photos/solaras/
Existen lugares privilegiados en el mundo, congelados en el tiempo. El silencio te cubre el cerebro y la meditación se vuelve una estupidez completamente innecesaria. Aquí en Couzada, la conciencia de ser uno con el Todo es inmediata. Nada de flor de loto ni incienso. Nada de OM. Esas son herramientas para la ciudad. Aquí el verde lo cubre todo y los frutos, de colores vivos de verdad y sabores divinos de verdad, crecen en proporciones inimaginables para cualquier citadino. Gobierna el territorio un silencio obeso apenas desnutrido por sonidos en perfecta armonía con el sitio.  El 'cucú' de un pajarito campirano, un 'tolón' de vaca gallega o un 'OEE' de algún vecino de frente sabia y manos grandes. -Tienes que disfrutar de lo de allá (la ciudad), que lo de acá fácil se aprende y no te da para vivir--, dice Doña Julia de frente sabia y manos grandes, indiferente a la riqueza que posee.  No conoce los términos orgánico ni biológico, inventos modernos.  Yo recojo pimientos y tomates con mi abuela en meditación empírica y automática.  No controlo mi respiración, no recito mantrams. Me siento en nirvana.

Nuestro camino está de cierta forma condicionado por los sueños de nuestros padres.  El clásico e inevitable "que tenga lo que a mí me faltó".  Lo mágico del asunto es que hoy mismo anhelo lo que a mis padres les sobró y me aburro de lo que ellos carecieron.  En definitiva, el camino es personal e intransferible.  Y lo verde es lo de hoy.


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