Hace miles de años existió una ciudad perdida en la blancura, una isla en medio de un lago llamada Aztlán. La nación estaba compuesta por varias tribus unidas por su fe en el gran dios Huitzilopochtli, el dios Sol. Cuentan que un buen día, papadios Huitzilopochtli estaba inspirado y ordenó a los Aztecas (ajá, Azteca: procedente de Aztlán) abandonar su isla en pos de la tierra prometida. Así que las obedientes tribus hicieron sus maletas y se pusieron en marcha. En total eran siete las tribus aventureras, pero entre ellas había una particularmente obsecuente y humilde. Los Mexicas eran prácticamente los esclavos de los Aztecas.
La peregrinación parecía interminable. A lo largo de ciento sesenta y cinco años con Huitzilopochtli como guía, las tribus se fueron asentando y mezclando con los nativos de los lugares por los que pasaban. Todos menos los Mexicas. Ellos seguían fieles a la palabra de Huitzilopochtli y estaban decididos a descubrir la tierra prometida con él. La profecía decía que habrían de encontrar un islote en medio de un lago en el que un águila y una serpiente estarían luchando sobre un nopal nacido de una roca.
Cuenta la leyenda que Malinalxochitil, la diosa de la Luna y hermana de Huitzilopochtli, se retorcía de envidia por la fe que le tenían los Aztecas a su hermano y tuvo la estupenda idea de organizar una rebelión en su contra. Pero todo plan oscuro sale a la luz tarde o temprano, así que Huitzilopochtli, al enterarse de los planes de su hermana, decide abandonarla en el camino mientras dormía. En este lugar de abandono, ella y sus seguidores fundarían mas tarde el pueblo mágico de Malinalco (lugar de la diosa Luna). Total que esta señora funda su pueblito, hace su vida ahí y tiene un hijo, Copil. Este jovencito crece inmerso en el pozo de rencor que su madre fue escarbando, así que, tan obediente como los Mexicas, en cuanto fue capaz de sostener un cuchillo, se puso las pilas y en marcha tras la pista de su tío Huitzilopochtli para ajustar cuentas con él. El dios Sol, que seguía de peregrinación con sus colegas, tenía contactos por todas partes, obvio, así que pronto se enteró de toda la telenovela y antes de que la situación pasara a mayores, mandó matar a Copil y ordenó que su corazón fuera tirado lejos, muy lejos, lugar que vino a ser, nada mas y nada menos, un islote en medio del lago de Texcoco.
Así fue. El corazón de Copil se convirtió en piedra y de ahí nació un nopal, directamente de la diosa tierra (he de comentar, como dato peculiar, que la diosa tierra es, convenientemente, Coatlicue, madre de Malinalxochitl y Huilzilopochtli). El nopal da como fruto la tuna roja, que tiñe como la sangre, y constantemente aparece en códices la analogía entre la tuna y el corazón mexicano. El nopal es pues, el árbol de corazones y se dice que, al que lo prueba, otorga resolución absoluta para hacer lo que sea.
Un bonito día del año 1325, un águila sobrevolaba tranquilamente el lago de Texcoco, cuando de pronto avistó desde lo alto a una serpiente tomando tranquilamente el sol sobre un nopal que parecía crecer crecer de una roca sobre el agua. El águila, que era algo busca pleitos, voló bajito cerca de la serpiente y ella, con total despreocupación, le sacó la lengua. El águila, que a la menor provocación sacaba la garra, sin poder contenerse, se le fue encima, y ahí mismo, espinándose todas dos, se pusieron al tu por tu sobre el nopal, cumpliendo, sin darse por aludidas, la gran profecía. ¿Y quien iba pasando por ahí? Claro, los Mexicas. Así que encuentran por fin la tan anhelada tierra prometida, y se dan a la tarea de fundar su gran ciudad ni mas ni menos que sobre el lago, sobre el corazón de Copil, el centro del Universo. La llamaron Tenochtitlán, el lugar entre las tunas sobre la piedra, y ahí edificaron sus pirámides.
La capital de los mexicas se convirtió en una de las mayores ciudades de su época en todo el mundo, mas grande que cualquier capital europea de la época, y fue la cabeza de un poderoso Estado que dominó gran parte de Mesoamérica (que va desde México central hasta Nicaragua).
Así vivieron felices y contentos durante dos siglos, pero otra profecía estaba por cumplirse. El 8 de noviembre de 1519 un hombre de hojalata, llamado Hernán Cortés, llegó al Gran México-Tenochtitlán buscando quien sabe qué cosa (dicen que oro). La ciudad había florecido a costa del tributo pagado por los pueblos sometidos a su poder, por eso, cuando los españoles llegaron a Mesoamérica, numerosas naciones indígenas se aliaron con ellos buscando poner fin a la dominación mexica. Así que eran un buen montón cuando Cuauhtémoc —último tlatoani de México-Tenochtitlán— encabezó la resistencia de la ciudad, que finalmente cayó el 13 de agosto de 1521 a manos de los españoles y sus aliados indígenas, todos bajo el mando del hombre de hojalata.
Pero todavía hay algo debajo de Tenochtitlán que se ocultó a los invasores... Lo verdaderamente importante de este lugar, lo que lo hace mágico, es que esta es la tierra prometida, el ombligo del mundo, la quinta dirección del Universo, el hogar del pueblo regidor, de tlatoanis que extienden su legado a los 4 rumbos.
Es crucial destacar que el nopal sagrado decide crecer en una dura piedra, mostrando el carácter de una población agreste, indómita y tenaz. Una nación capaz de crecer cuando parece imposible, de progresar ante lo adverso, de florecer donde no hay ni tierra para echar raíces. Aún en aquél sitio inhóspito prospera un pueblo capaz de todo. Guerreros para los que la mayor lucha, la verdadera, es la guerra interior, la que propicia el cambio y la evolución. Ser del ombligo del mundo significa ser consciente, mantenerse alerta y merecer el privilegio de pisar la tierra prometida. Aquí se conectan el cielo, la tierra y el inframundo. Los guerreros se comunican con lo divino y tienen acceso a dimensiones alternas. «Este es un lugar histórico, mítico, legendario. Es sabiduría, es tradición, es legado. En este lugar mágico todo es posible.»